En esta obra el profesor Calero prosigue la
investigación publicada en su libro El
verdadero autor de los «Quijotes» de Cervantes y de Avellaneda (2015). El
autor se centra ahora en el estudio del corpus
«shakesperiano» siguiendo la corriente crítica de investigadores ingleses que
niegan a Shakespeare la paternidad de bastantes obras publicadas bajo su
nombre. En realidad es el mismo caso de Cervantes, aunque en España no se quiera
reconocer, pues ambos, según los testimonios de la época, desconocían el griego
y el latín y sin el dominio de esas lenguas es imposible escribir unas obras
llenas de erudición clásica como son las «shakesperianas» y «cervantinas», por
mucha genialidad y mucha imaginación que pudieran tener Shakespeare y
Cervantes. La igualdad de ambos casos fue establecida por el maestro Américo
Castro al afirmar: «Mucho más nos habría valido que, como en el caso de
Shakespeare, se discutiera si realmente Cervantes fue el autor de esas obras
admirables». La investigación del profesor Calero es la respuesta al reto
propuesto por A. Castro.
La solución a la que se llega es distinta a la de
los investigadores ingleses, pues se propone como autor de las obras
«shakesperianas» al insigne humanista español Juan Luis Vives, que dominaba el
inglés como gran políglota que era y por haber permanecido durante ocho años en
Inglaterra al servicio de los reyes Enrique VIII y Catalina. Fue precisamente
en esos años cuando las escribió, porque disponía de tiempo suficiente para
hacerlo, ya que su trabajo en la corte inglesa se lo permitía. Aunque, en
principio, pueda parecer extraño que un español compusiera en inglés las obras
más sobresalientes de la literatura inglesa y quizás de la universal junto con
el Quijote, la extrañeza puede ir
desapareciendo si se piensa en que el corpus
«shakesperiano» es extraordinariamente español por las influencias literarias
procedentes de España (especialmente Los
siete libros de la Diana, El collar de
la paloma, etc.), por algunas de las historias contadas (en especial la
historia de Cardenio), por los vinos, por los juegos, etc. No en vano Pedro J.
Duque pudo escribir un extenso libro titulado España en Shakespeare (1991).
A esa españolidad hay que añadir el hecho de que
el rey Fernando el Católico es elogiado en Enrique
VIII: «Fernando, mi padre rey de España, fue tenido por uno de los
príncipes más sabios que habían reinado desde hace mucho tiempo». Ese elogio
parece imposible en una Inglaterra enemiga a muerte de España y, sobre todo,
porque Fernando el católico gozaba de mala fama en toda Europa. También parece
imposible que la reina Catalina sea tan bien tratada en la misma obra Enrique VIII, cuando había sido
vilipendiada por el rey con motivo del divorcio. Por cierto, quien mejor
conocía los interiores del divorcio era Vives por ser confidente de la reina y
porque ella quiso que la defendiera en los tribunales. Y es, precisamente, el
divorcio el núcleo central de la obra.
Llama también la atención el hecho de que sea tan
bien tratado el católico Tomás Moro en Sir
Thomas More, cuando había sido ejecutado por orden de Enrique VIII y cuando
ya estaba consolidado el anglicanismo. Las intimidades que se cuentan de Moro
quien mejor las conocía era Vives, porque fue su íntimo amigo así como de toda
su familia.
Las consideraciones apuntadas hacen que el
profesor Calero dirija la vista a Vives como autor. Todo eso es confirmado por
los numerosos argumentos esgrimidos, resultantes de la comparación de pasajes
de las obras «shakesperianas» con las de Vives. En efecto, hay centenares de
pasajes que se pueden comparar, en los que existe identidad de espíritu, de detalles concretos y hasta de
frases. Por ejemplo, en Trabajos de amor perdidos, V, 1, hay un pasaje que reproduce un
texto de Vives en Linguae latinae
exercitatio, pág. 13. En un
ambiente escolar Vives propone para recordar las cinco vocales la palabra
castellana oveja, escrita en la época oueia. Y es lo mismo que
hacen los personajes de la obra inglesa, remitiendo a la palabra sheep,
que en inglés no tiene las cinco vocales. Esto quiere decir que el autor estaba
pensando en la palabra española. Este pasaje es de suma importancia para
establecer la autoría de Vives.
En la última parte de la obra que
comentamos se establece una comparación entre el corpus «shakesperiano»
y el Quijote. En total, el profesor Calero descubre noventa y tres
concordancias (!).
Solo me queda, pues, animar a los lectores a profundizar en las
ideas «shakesperianas» y «quijotescas», para que compruebe el gran parecido
existente y que reclama unidad de autoría para todas esas maravillas, que no
pueden encontrar mejor padre que a uno de los hombres más sabios de la
humanidad: Juan Luis Vives.
Dr Juan Andrés Gualda Gil
Lingüista